Desde etapas tempranas la vida nos muestra que la muerte no sabe de edad ni condición y que puede llegar de un día para otro. Ahora bien, cuando la persona que está en riesgo es nuestro hijo-a, experimentamos una vivencia tan dolorosa y desgarradora que la percibimos como algo antinatural y desmedido, dado que ¡sería tan natural que hubiera un orden lógico en el que la muerte llegará siempre antes a los mayores que a los niños! Es comprensible.
Es normal que aparezcan preguntas tipo ¿por qué los niños-as tienen que fallecer? ¿Es justo que tengan que enfrentarse a enfermedades graves, o a su muerte? ¿Por qué a mí, por qué a mi hijo-a? ¿Por qué de esta manera tan cruel?
La verdad es que la ayuda que podemos ofrecer para que un padre-madre afronte el posible fallecimiento de su hijo-a, no es algo que podamos dar a modo de manual ni de una teoría. Es más una vivencia que requiere de la capacidad de sentirse sostenido por quienes están a tu lado, de ser acompañado en silencio mientras uno transita la necesidad se comprender, de perdonar, de sentirse perdonado, de no juzgar ni ser juzgado, así como de ser respetado en las creencias que emerjan. Acompañar a estos padres y madres es más una forma de amor, respeto y humildad dado que no podemos llegar a imaginar qué sería de nosotros-as si estuviéramos en su lugar.
Y es que ¡es tan difícil aceptar aquellas noticias que anuncian el mal pronóstico de la enfermedad de nuestro hijo-a, o las que desvelan que no quedan más alternativas terapéuticas a administrar, o las que vaticinan que son pocos los días de vida que quedan! ¡Es tan grande el impacto que nos provocan! ¡Es tan grande la desolación en la que nos sumergen! ¡Es tan terrible la vida que nos espera! Por eso, ¡son tantas las maneras en las que estos padres o madres dan respuesta a su dolor!
En ocasiones un mecanismo que nos permite mantenernos en pie con el inmenso dolor que sentimos es no acabar de dar crédito a lo que el equipo médico nos está diciendo, aferrándonos a la máxima de que mientras que hay vida, hay esperanza. En el otro extremo, y muy a nuestro pesar, claudicamos ante la dureza de la incurabilidad, ante la evidencia de que nuestro hijo-a se deteriora y apaga de manera irreversible y, aunque indeseadamente, vamos haciéndonos cargo de su cercana muerte, encajando como podemos ese dolor que nos rompe, e iniciando el camino de un duelo que anticipa su pérdida no siendo esta real, pero sí prevista.
Solo por el hecho de aflojarse y de anticipar su muerte, pueden aparecer o agudizarse reacciones de dolor, ansiedad, abatimiento, depresión, desavenencias en la pareja, sentimientos de rabia, tristeza, culpa, miedo… Y si por un lado es muy doloroso y consume mucha energía, por otro lado, nos permite un tiempo que brinde la oportunidad de reforzar el cuidado de nuestro hijo-a.
Los niños, a pesar de su corta edad, intuyen la gravedad de su situación por lo que lo mejor que podemos ofrecerles es nuestro cariño, nuestra presencia y cercanía que tanto necesitan de nosotros. Porque los niños pequeños-as más que miedo a la muerte en sí, lo que les preocupa mucho es el hecho de separarse de sus padres-madres y el hecho de que la muerte duela, cosa que podemos esclarecer y aliviar si estamos a su lado.
En este tiempo, es muy importante que el niño-a no se sienta solo en este proceso, que como padres os podáis comunicar de forma franca, verbal y afectivamente mediante besos, caricias, tono de voz, dibujos… haciéndole saber que es muy querido-a e importante para vosotros-as. Y en esta cercanía afectiva donde el pequeño-a, según su edad, podrá tener la seguridad que necesita para hablar de su enfermedad, de su muerte, sin tener que fingir, que callar o incluso negar la situación que intuye, impidiendo de este modo que él o ella viva este momento con un sentimiento de lejanía y soledad. Es un momento de sinceridad, de no intentar calmar la desesperanza con esperanzas falsas que no van a llegar, a la vez que es importante que sostengáis la esperanza de que juntos vais a pasar por ello y, de darse el caso, que le acompañéis en su deseo de ir a casa o de permanecer en el hospital.
Ahora bien, si por el contrario vuestro hijo-a no manifestara la necesidad de hablar, no debéis forzarle. Sostener su necesidad de no hacerlo. Forzarle o abrumarlo con ello contribuiría a incrementar más su dolor.
Cada situación, cada paciente, cada familia sois únicos e irrepetibles y vais a tener vuestra manera única de pasar por este difícil momento y de reaccionar. No podemos daros una forma universal y mágica de hacer las cosas. Lo más importante es que pongáis en el centro a vuestro hijo-a respetando su ritmo, sus miedos, sus frustraciones, sus deseos. En definitiva, respetando su mayor o menor capacidad para aceptar lo que está pasando. Incluso, si es el caso, déjate sorprender por la lucidez, sabiduría y fortaleza de tu pequeño-a, ya que su forma natural de afrontarlo puede ayudarte a ti, su padre, su madre, su adulto de referencia, a aceptar esta situación tan difícil que estáis viviendo.
Si sientes que necesitas que te acompañemos en este proceso, no dudes en contactarme.