El dolor, la tristeza, la añoranza, el vacío, la rabia, la pena, la soledad…, y tantas otras emociones que en cada caso particular aparecen tras una pérdida significativa, son respuestas naturales y saludables de un proceso de duelo. Es normal sentir dolor y la llegada de emociones y sentimientos tras la muerte de un ser querido, tras el diagnóstico de una enfermedad importante, cuando recibes la noticia de que el tratamiento no está funcionando y el momento es crítico, o en otras pérdidas que afectan a la vida de la persona como una separación, un despido…
En el duelo no existen atajos, remedios caseros o técnicas infalibles que hagan desaparecer el dolor. El proceso de duelo pasa por andar el camino de la pérdida, por aprender e ir readaptándonos, a nuestro ritmo, a una vida sin aquello que hemos perdido: una persona, un trabajo, un estatus de vida, una profesión, un hogar…
Por desgracia, en una sociedad donde muchos asocian la fortaleza a la capacidad de recuperarse rápidamente y a retomar casi de inmediato las rutinas y tareas, nos vemos presionados a reprimir nuestro dolor, incluso cuando nuestro cuerpo y nuestra mente nos piden lo contrario. Esta exigencia social nos lleva a ocultar y silenciar nuestro sufrimiento por el temor a ser juzgados-as y señalados-as como débiles por expresar abiertamente nuestras emociones.
Otras veces, somos nosotros-as mismos-as quienes no tenemos muchas ganas de estar con nuestro dolor y nos resistimos a éste dándole la espalda mediante conductas o actividades que nos ayuden a suprimirlo. Llenamos nuestro tiempo de manera que no quede ni tiempo ni espacio para la reflexión o para estar en contacto con nosotros-as mismos-as. A veces, en esta huida, corremos el riesgo de caer en hábitos poco saludables como la inacción, el aislamiento o las adicciones.
Estas prácticas no deberían ser así. Es necesario normalizar el dolor y el vaivén emocional tras la pérdida, así como reconocer el valor y el beneficio de compartirlo. La respuesta a tu dolor está en tu interior. Solo podrás descubrirla si te permites detenerte, escuchar y reconectar con lo que es verdaderamente significativo para ti y tu vida. La nueva situación nos lleva a adaptarnos una realidad distinta que, más allá de afectarnos de forma individual, también transforma nuestras relaciones con los demás, y tal vez, incluso la manera de ver el mundo.
El dolor que no afrontamos se acumula y se almacena complicando nuestro duelo. Este acaba apareciendo años después de la pérdida que lo originó, haciendo la situación más extraña ya emerge fuera del contexto natural que explicaba y daba sentido a todo ese malestar. Cuando esto sucede estamos ante lo que llamamos un duelo demorado o retrasado en el tiempo.
Cuando no expresamos nuestro dolor mediante nuestras emociones o cuando no lo hablamos, es el cuerpo quien almacena este dolor de múltiples maneras. Con el tiempo, cuando menos te lo esperas o necesitas, el dolor acaba abriéndose paso mediante una sintomatología corporal. A veces es en forma de dolores de cabeza, migrañas, un cansancio profundo, malas digestiones, dolor en el pecho, contracturas, malas digestiones… Porque en algún lugar de nuestro cuerpo se quedó la huella de todo aquello que no nos atrevimos a llorar, expresar o hablar.
Silenciar el dolor puede ser útil en momentos puntuales, pero nunca es una solución que funcione a largo plazo. Tarde o temprano, ya sea de forma sutil o más manifiesta, el dolor se acumula, se mantiene en el tiempo y se intensifica. Porque la única manera en la que el dolor calma es siendo reconocido, nombrado, comprendido y expresado.
La naturaleza del ser humano es profundamente social. Desde que nacemos necesitamos a los demás para construir nuestra identidad, expresar nuestro amor y para llorar nuestra pérdida. El apoyo incondicional de nuestros seres queridos, familiares, amigos, compañeros o terapeutas, es necesario para acoger y dar sentido a nuestra vivencia.
Durante el duelo es necesario reconocer, nombrar y compartir nuestras emociones. A falta de palabras, la expresión corporal o artística a través de la música, la pintura o el movimiento, son también buenas opciones para dar forma a nuestro dolor. Busca en tu entorno aquellas personas que te ofrezcan un espacio seguro para expresar tu duelo sin tener miedo a sentirte juzgado-a. Date permiso para ir a tu ritmo, a fin de encontrar la manera de ir destilando tu dolor y adaptarte a la nueva realidad que la vida te presenta.