La vivencia del duelo, el dolor sentido tras una pérdida significativa que impacta en nuestra manera de entender la vida, las relaciones y a uno mismo, no es algo que se alivie ni pueda aliviarse de forma inmediata, ya que tiene que ver con la ruptura de una forma de relación que no volverá a repetirse de igual manera. Y adaptarse a una nueva manera de ser, de estar y de vivir no es algo instantáneo.
Es importante entender la naturaleza del duelo para tener una idea ajustada acerca de a qué vamos a tener que hacer frente. En primer lugar, hemos de entender que el duelo no es un estado, una forma concreta y determinada de estar ante esta pérdida, sino que el duelo es un proceso, un transcurso, un desarrollo, una evolución, una transformación, un devenir, algo que va a requerir de tiempo, voluntad, comprensión y paciencia.
Cuando entendemos su naturaleza, es más fácil aceptar que el duelo no se alivia en dos días, que no se cura con pastillas y que por sí solo no va a hacer que las cosas se solucionen. Ahora bien, con esto no quiero decir que, en determinadas circunstancias, no sea conveniente ayudar a la persona a dormir y a tener un sueño reparador, a calmar los ataques de ansiedad o a restablecer el estado de ánimo cuando verdaderamente hay un diagnóstico de depresión.
Y es desde este punto de partida desde donde podemos entender porque el proceso que vamos a vivir tras nuestra pérdida no es un camino sencillo, ni una solución inmediata, ni vamos a encontrar remedios mágicos que definitivamente eliminen el dolor de nuestra vivencia.
Porque, por paradójico que parezca, el camino del duelo no busca en primera instancia eliminar el dolor, lo que busca es ahondar en ese dolor para conocer la causa profunda del mismo, para aprender con ello lo que para nosotros era tan importante, para hacernos conscientes de lo que merece la pena sostener en la vida, aquello que de verdad nos importa y que, por desgracia, solo nos hacemos conscientes de su verdadera importancia cuando no lo tenemos…
El duelo nos apremia a llevar una vida ordenada que nos ayude a reemprender nuestra vida: respetar los horarios, comer saludable, mantenernos activos, dormir bien y no aislarnos, buscar el apoyo de aquella persona o personas que nos sostienen, que nos respetan y que nos dan espacio para vivir y expresar nuestro dolor, sean estas amigos-as, conocidos-as o profesionales.
Y también nos invita a mirar la finitud de la vida, también la nuestra, y a reflexionar sobre cómo queremos vivirla, si como veníamos haciendo o incorporando algo que la pérdida sufrida nos hace sentir como valioso… Y a darnos cuenta de lo importante que es en nuestras relaciones no tener temas del pasado pendientes de resolver, a dar valor a lo que tenemos y es valioso, expresándolo, compartiéndolo, trabajándolo.
Porque cada emoción que el duelo nos trae esconde un mensaje, una razón única por la que está allí y que debemos conocer para poderla gestionar, desde la aceptación de lo que representa como primer paso para avanzar. Porque de ser algo bonito y significativo para mi vida, querré mantenerlo como valores a honrar, o de ser algo de lo que no nos sentimos orgullosos-as, para intentar cambiar honrando los valores quedaron en cuestión con nuestra forma de relacionarlos. En definitiva, todo un proceso de revisión, conciencia, aprendizaje y cambio.
Y si bien en muchos casos no es necesario que la persona esté acompañada por un-a terapeuta, es verdad que en terapia ofrecemos a las personas el espacio seguro y el tiempo necesario para honrar la pérdida, para encontrar el significado profundo de nuestro dolor y para que puedan integrar en su vida esos valores que honraban y que son importantes, creciendo como persona y eligiendo su vida de una manera consciente.
Si estás experimentando un proceso de duelo por fallecimiento de un ser querido o por una enfermedad, no dudes en consultar a un terapeuta profesional para poder entender mejor tu experiencia y fortalecer tu crecimiento.