Si nuestra sociedad se encuentra incómoda hablando de la muerte cuando la forma en que ésta se produce es por un suicido, la incomodidad se acrecienta llegando a crear un tabú, un tema que se evita, que se intenta no hablar de él.
Pero la realidad es que, en España, el año pasado, en 2023, murieron 4.227 personas, algo más de 11 personas al día. Cifra que indica que prácticamente hay una muerte por suicidio cada dos horas. Sobrecogedor. Y apenas hablamos de ello, o intentamos evitarlo.
El silencio acerca de esta realidad llega a generar un estigma para las familias afectadas, quedando marcadas por este hecho, sintiendo la falta de comprensión de familiares, amigos, conocidos, compañeros de trabajo… Y ello se produce por el desconocimiento de lo que representa esta situación en las personas afectadas y el hecho de estar poco preparados-as para escuchar el dolor y sufrimiento de los supervivientes de un suicidio, o de la persona con intenciones suicidas.
Y es que el duelo por suicidio es un duelo especialmente doloroso, intenso y lleno de preguntas de difícil o imposible respuesta, que persiguen al doliente dificultando la aceptación y asimilación de la realidad vivida. Suele haber una necesidad de repasar detalladamente lo que sucedió, en un intento de comprender la manera y el momento en el que se hubiera podido evitar… Porque como especie estamos programados para sobrevivir, de ahí la dificultad extrema de comprender el acto voluntario de la muerte de una persona querida, requiriéndose más tiempo para aceptar la realidad de la muerte y lo ocurrido, más cuidados, más apoyo y comprensión hasta encontrar alivio al desgarrador dolor.
De ahí que como personas cercanas a los-as supervivientes de un suicidio debemos tener presente que cada persona tiene una capacidad determinada de asimilar la realidad en la que se ve inmersa. Podemos encontrarnos personas que si bien aceptan el hecho de que su ser querido ha muerto, no pueden soportar el dolor que sienten por el modo en cómo le llegó: el suicidio, de ahí que durante un tiempo se niegue, se acalle o se evite mencionarlo dado que aún no están preparadas para aceptar esta realidad tan dolorosa.
Y ante esta dificultad de aceptar la manera en que ha acontecido la muerte, a veces en el doliente emerge un sentimiento de culpa en un intento de aliviar la tragedia y de compartir la responsabilidad de sus decisiones mediante la idea de que podríamos haberlos salvado de haber hecho algo diferente.
Así que tanto el sentimiento de fracaso por no haberlos-as podido proteger, como en el hecho de calificar la forma de morir, el suicido, como una “mala muerte”, abona la posibilidad de sentir vergüenza de nuestra impotencia o de la fragilidad de nuestro ser querido ante unas circunstancias difíciles. Y cuando nos avergonzamos de algo, solemos evitar hablar de ello. Y no hablar nos lleva a alejarnos de las personas, a escondernos, a aislarnos, a aumentar el sentimiento de soledad ante las vicisitudes de la vida.
Y si bien es cierto que la persona va a hacer frente a su dolor cuando realmente esté preparada para ello, y nunca antes, también es cierto que instalarnos en la culpa, la vergüenza o en el aislamiento no nos va a ayudar a avanzar en la recuperación de nuestro dolor, más bien al contrario, éste se va a intensificar y a dificultar la evolución saludable del mismo.
Por ello, de encontrarte con algún familiar, amigo o conocido que se encuentre en una situación así,
– No juzgues nunca la manera como ha acontecido la muerte.
– Se prudente con cómo viven su dolor.
– No vayas más allá de los aspectos que ellos deseen hablar.
– Dales tiempo en su proceso
– Sostén la confianza en que encontrarán el camino para afrontar su dolor
– Mantente presente en sus vidas
Como en cualquier otro duelo, recuerda que no hay que empujar a nadie a hacer nada que no esté preparado para ello. Lo importante es poder ir acercándose y conectando con las emociones que aparecen a medida que se van afrontando los temas que emergen tras la pérdida.