Migrar no es solo cambiar de país, es dejar una parte de uno mismo atrás. Las personas que lo viven lo saben bien. Aun estando su decisión motivada por sueños, necesidades o esperanzas, y aunque puede traer oportunidades y crecimiento, es inevitable que el viaje esté acompañado de múltiples pérdidas que emergen de forma simultánea y que se acrecientan más cuando la posibilidad de retorno se hace ocasional y lejana.
El duelo migratorio es real, aunque muchas veces no se nombra. Se trata de un proceso profundo, emocional y complejo, que incluye pérdidas tan invisibles como dolorosas. De ahí que el duelo migratorio, un duelo lleno de duelos, sea un proceso especialmente complejo que afecta profundamente a la vida de las personas y que puede generar sentimientos difíciles de manejar.
Vamos a ir viendo las pérdidas que esconde este duelo tan silenciado:
Dejar atrás a la familia y los amigos
Uno de los aspectos más difíciles del duelo migratorio es la distancia emocional y física que se crea con los seres queridos. Dejar atrás a la familia, a los amigos de toda la vida, a las personas con las que compartimos celebraciones, tristezas y la cotidianeidad, deja un vacío difícil de llenar.
Quedan atrás las rutinas, los encuentros, las charlas espontáneas, el contacto físico de un abrazo, el apoyo que se siente porque simplemente está. Aunque la tecnología ayuda mucho a acortar distancias, no puede reemplazar la presencia real. De ahí que es normal que la persona sienta dolor al tener «el corazón repartido en dos lugares».
Y a pesar de que el viaje se inicia en busca de oportunidades, el recuerdo constante de lo que queda atrás puede traer mucha nostalgia, tristeza y añoranza, y a veces también culpa. Por ello es tan importante recordar que migrar no significa abandonar, sino haber tomado una difícil decisión en busca de bienestar.
Pérdida de tu identidad cultural y el sentido de pertenencia
La identidad se construye en relación con nuestras raíces, costumbres, idioma y valores. Al migrar, muchas de esas referencias cambian. Lo que antes nos hacía sentir parte de una cultura y de una comunidad: la forma de saludar, la comida, las celebraciones, incluso el humor compartido, de pronto te hace sentir desubicada y falta de sentido de pertenencia.
En el nuevo país, lo que antes era «normal» puede resultar extraño o incomprendido: ya no se es completamente de allá, pero tampoco aún de aquí. Ese «estar en el medio» puede ser desconcertante, generando una sensación de confusión y de profundo desarraigo.
Es común que muchas personas migrantes sientan que están perdiendo una parte de sí mismas, que tienen que cambiar para poder encajar. Y en ese proceso, la identidad puede tambalear, generando una sensación de que estás perdiendo tus tradiciones y de que poco a poco no perteneces a ningún lado.
Dificultad de adaptarse a la nueva cultura y entorno
Adaptarse a un nuevo país implica aprender desde cero muchas cosas que antes eran automáticas: cómo funcionan los códigos sociales, cómo se organiza la vida cotidiana, cómo funcionan los servicios, las leyes. Al principio, todo puede resultar.
Además, las barreras del idioma, la falta de redes de apoyo o los prejuicios hacen que este proceso sea aún más complejo. Es normal sentirse confundido, inseguro o incluso frustrado y afectar a nuestra autoestima y confianza.
El ritmo de adaptación es distinto para cada persona. No hay una manera «correcta» de integrarse. Se amable contigo mismo/a. Lo importante es respetar los tiempos propios y pedir ayuda cuando así lo sientas. Porque adaptarse no significa renunciar a lo que uno es, sino encontrar una forma de convivir con lo nuevo sin olvidar lo que se lleva dentro.
Sentimiento de soledad y aislamiento
La soledad es también uno de los sentimientos más recurrentes en el duelo migratorio. Aun cuando se está rodeado de gente, la persona puede sentir una gran desconexión por la lejanía de su red de apoyo familiar y social, del lenguaje compartido, de no ser comprendido sin tener que explicar demasiado…
Es habitual sentir que nadie entiende por lo que uno está pasando, o que no hay espacio para hablar del dolor, porque fuera no hay espacio para ello. Pero extrañar o sentir tristeza no significa estar arrepentido ni invalidar las razones que motivaron la migración.
Busca actividades que te nutran y espacios donde puedas expresar tus emociones. Poco a poco ve construyendo nuevas redes de apoyo que te permitan construir lazos afectivos significativos, y recuerda que sentirse solo/a no es un signo de debilidad, sino una reacción natural ante el gran cambio de vida en el que te encuentras.
El duelo migratorio es un proceso legítimo, aunque muchas veces invisible. No es algo a lo que puedas adaptarte de un día para otro, pero sí puedes transitarlo con mucho respeto, cuidado y paciencia.
Da espacio para dar valor a tu dolor por lo perdido, pero también ábrete a lo nuevo. No camines solo/a. La migración transforma, y con el tiempo podrás lograr integrar ambas mundos en tu identidad, llevando consigo lo mejor de cada lugar.
Ten confianza. 🪻