Es difícil para las personas mayores dejar su hogar para ir a vivir a una residencia. Y es comprensible. Porque un hogar es más que una casa, el lugar físico donde se ha vivido. Un hogar es el lugar donde se ha creado un significativo vínculo emocional, donde ha vivido toda la familia junta, donde ha habido amor, educación, transmisión de valores, y también momentos difíciles a superar.
Para una persona mayor el hogar es también aquel lugar conocido donde se siente segura a la vez de más capaz y competente, a pesar de que sus capacidades reales vayan mermándose. Es el lugar donde es fácil tener las cosas que uno necesita a mano, además de atesorar aquellos objetos personales y recuerdos de toda una vida.
Cuando entendemos que el hogar puede representar tanto, es cuando podemos acercarnos a comprenderlos y desde ahí poder acompañar la resistencia que manifiestan nuestros mayores para ir a vivir a una residencia.
Porque aun cuando la decisión de dejar el hogar es tomada por la persona mayor de forma consciente no deja de ser una pérdida que lleva aparejada tristeza. Y lo que está viviendo tu ser querido, ya mayor, es un duelo tanto por dejar atrás su casa como por reconocer, ante esta despedida, que está frente a la última etapa de su vida.
Por tanto, este momento es uno de los momentos más difíciles y desafiantes tanto para nuestros mayores como para los hijos o familiares, y más aún cuando no todos los miembros están de acuerdo en tomar la misma opción. Y esta diversidad de criterios y opiniones añade más tensión familiar y hace, si cabe, más compleja la situación.
Y si nos hacemos conscientes de que lo que tenemos entre manos es la vivencia de un duelo, es importantísimo que acompañemos a las personas mayores y también a sus familiares en este proceso. Porque de no hablar, normalizar, legitimar y validar las emociones y sentimientos que cada miembro vive, de no poder poner nombre a cada una de nuestras pérdidas, dificultaremos la natural vivencia del duelo creando un tabú, un estigma, un duelo no reconocido por la propia familia. Y ya sabemos que esos silencios, esas negaciones llevan a un mayor dolor, a una mayor confusión, desorientación y sentido de abandono.
El ingresar en una residencia es pues una experiencia emocionalmente compleja. Es importante poder mantener una comunicación abierta, sincera, respetuosa, sostenedora de cada vivencia y, si esto no es suficiente o posible, recurrir al apoyo y acompañamiento de un profesional para que nos ayuden a transitar esta etapa de la forma más saludable posible.
Porque cuando se dice adiós a un hogar son múltiples y sucesivas las pérdidas que tienen lugar sin apenas tiempo para poderlas elaborar: dejar atrás la vida que conocíamos hasta ahora, como también dejar atrás la mayoría de nuestras cosas, nuestros objetos de decoración, cuadros, recuerdos de viajes, álbumes de fotos, ropas…, nuestros vecinos, amigos, horarios, comidas y caprichos, los paseos por la rambla, las tardes en la cafetería…
Y tener que decir adiós en poco tiempo a tantas cosas que han formado parte de una vida que no volverá puede llegar a configurar un trauma acumulativo.
Además, si junto a ello tienen lugar múltiples y sucesivos fallos relacionales tales como no sentirse comprendido-a, la falta de apoyo, la minimización de la situación, la crítica a nuestro dolor y proceso, o el escuchar a menudo todos esos innecesarios consejos…, estamos añadiendo a su vivencia un sufrimiento relacional secundario.
Y cuando convergen múltiples y sucesivas pérdidas sin tiempo para elaborar junto a múltiples y sucesivos fallos relacionales, puede ocurrir que ese duelo natural, que requiere tiempo para hacer su camino, se convierta en un duelo menos saludable con riesgo de complicarse. Y es aquí cuando puede aflorar una patología depresiva con pérdida de ilusión por la vida, aislamiento, desesperanza y un cuestionamiento profundo del sentido de su vida.
Así que reconozcamos estas vivencias como lo que son, un proceso de duelo con múltiples y sucesivas pérdidas que debemos reconocer, respetar y acompañar, porque de no comprender su magnitud, dejamos sola a la persona que lo vive, creando fallos relacionales, levantando muros de silencio y contribuyendo a que su experiencia sea aún más dolorosa y desafiante. Brindemos pues a nuestros mayores el apoyo y acompañamiento de la manera que a nosotros-as también nos gustaría recibir.